Mi Respuesta
Solo estoy pensando en mí.
Y yo te lo advertí. Te dije que sería tu dolor de cabeza agudo y permanente. También te dije que tenía miedo, que confiar no era mi fuerte por ahora, te hablé de todo lo que había sucedido desde la última vez que salimos hace un año. Y tú me pusiste, sin darte cuenta, entre la espada y la pared al darme un ultimátum. Al decirme que te buscara de nuevo cuando estuviera dispuesta a creer que es cierto que apostarás una y otra vez a ganar por mi.
Me diste ese ultimátum y dos días después viniste a buscarme. Como si nada. Después de todo lo que te dije. Y creíste que con un simple “no te preocupes, ya pasó” en verdad todo había pasado. Te dije que no estaba para pensar, y me diste los días para hacerlo, y al pensar volví a perder.
¿Ves?
Tú no me escuchas. ¿Crees que puedes arreglarlo con tu increíble sonrisa, rodeándome con tus brazos largos y flacos y besándome hasta doblar mis rodillas?
¿Creíste que con eso podrías borrar todos los miedos que he ido alimentando durante tanto tiempo? ¿Pensaste que por arte de magia se borrarían todas las imágenes que tengo grabadas de mis últimos meses?
Te hablé del hombre sin pelo y sin ojos… Pero me faltó decirte que mi piel aún no está lista. Que tiene todavía las marcas de mis torpes intentos porque me perdonara por haberle fallado. Por no haberlo amado como debía ser. Por no ser la mujer que amó con su vida. Por no haber cabido en ese molde que tenía para mí. Y mi piel aún tiene sus miradas de odio y su ira como tatuajes imborrables. Y aún no me perdono por eso. Aún no me perdono la humillación y la ingenuidad de creer que su amor era bueno y estaría por encima de su ira.
Y me odio por sentir aún este dolor. Me odio por haberme provocado esto. Me odio por no haber tenido carácter. Por haber callado. Me odio por haberlo amado y no dejar que lo supiera. Y me odio por un “Alejandro Magno” que también fabriqué como todas mis ilusiones y en el que creí ciegamente para defenderme del dolor. Un “Alejandro Magno” que lo único que sintió por mi fue lástima. Y lo dijo a los cuatro vientos sin sonrojarse.
Yo nunca supe lo que era que alguien sintiera lástima por mí. Y se siente horrible, más cuando te hacen creer que la lastima es cariño.
Me he provocado yo misma tantas marcas por las cuales me odio que sería muy cabrona si te permito hacer parte de esto. No quiero contagiarte esta amargura que llevo a cuestas. No quiero dañarte. No quiero envenenarte.
Mil gracias, por todo. Por lo vivido y lo soñado en tan solo tres semanas. Por lo que pusiste en el asador y lo que dejaste presentir que podría ser. Son momentos inolvidables. En mi corazón, por encima de todas las huellas, los rasguños, las señales anteriores, hay ahora otra marca imborrable: Tu.
Esta decisión no ha sido fácil. Y si la tomo es porque me quedó grande la apuesta. No tuve con qué responder. Soy anormal. No gran cosa. Una tipa más de las que la fantasía y la realidad se le confunden. Amable y sonriente porque en casa me enseñaron. Porque no puedo negar lo que por naturaleza traigo.
Pero soy diferente a ellos. Defectuosa de fábrica. Poseo el don de midas pero al revés. Todo lo que toco lo vuelvo mierda y antes de volver mierda tus sentimientos y tu nobleza de corazón, prefiero cortarme las manos y nunca tocarte.
Como siempre esto lo escribo con alma, vida y sombrero.
Y yo te lo advertí. Te dije que sería tu dolor de cabeza agudo y permanente. También te dije que tenía miedo, que confiar no era mi fuerte por ahora, te hablé de todo lo que había sucedido desde la última vez que salimos hace un año. Y tú me pusiste, sin darte cuenta, entre la espada y la pared al darme un ultimátum. Al decirme que te buscara de nuevo cuando estuviera dispuesta a creer que es cierto que apostarás una y otra vez a ganar por mi.
Me diste ese ultimátum y dos días después viniste a buscarme. Como si nada. Después de todo lo que te dije. Y creíste que con un simple “no te preocupes, ya pasó” en verdad todo había pasado. Te dije que no estaba para pensar, y me diste los días para hacerlo, y al pensar volví a perder.
¿Ves?
Tú no me escuchas. ¿Crees que puedes arreglarlo con tu increíble sonrisa, rodeándome con tus brazos largos y flacos y besándome hasta doblar mis rodillas?
¿Creíste que con eso podrías borrar todos los miedos que he ido alimentando durante tanto tiempo? ¿Pensaste que por arte de magia se borrarían todas las imágenes que tengo grabadas de mis últimos meses?
Te hablé del hombre sin pelo y sin ojos… Pero me faltó decirte que mi piel aún no está lista. Que tiene todavía las marcas de mis torpes intentos porque me perdonara por haberle fallado. Por no haberlo amado como debía ser. Por no ser la mujer que amó con su vida. Por no haber cabido en ese molde que tenía para mí. Y mi piel aún tiene sus miradas de odio y su ira como tatuajes imborrables. Y aún no me perdono por eso. Aún no me perdono la humillación y la ingenuidad de creer que su amor era bueno y estaría por encima de su ira.
Y me odio por sentir aún este dolor. Me odio por haberme provocado esto. Me odio por no haber tenido carácter. Por haber callado. Me odio por haberlo amado y no dejar que lo supiera. Y me odio por un “Alejandro Magno” que también fabriqué como todas mis ilusiones y en el que creí ciegamente para defenderme del dolor. Un “Alejandro Magno” que lo único que sintió por mi fue lástima. Y lo dijo a los cuatro vientos sin sonrojarse.
Yo nunca supe lo que era que alguien sintiera lástima por mí. Y se siente horrible, más cuando te hacen creer que la lastima es cariño.
Me he provocado yo misma tantas marcas por las cuales me odio que sería muy cabrona si te permito hacer parte de esto. No quiero contagiarte esta amargura que llevo a cuestas. No quiero dañarte. No quiero envenenarte.
Mil gracias, por todo. Por lo vivido y lo soñado en tan solo tres semanas. Por lo que pusiste en el asador y lo que dejaste presentir que podría ser. Son momentos inolvidables. En mi corazón, por encima de todas las huellas, los rasguños, las señales anteriores, hay ahora otra marca imborrable: Tu.
Esta decisión no ha sido fácil. Y si la tomo es porque me quedó grande la apuesta. No tuve con qué responder. Soy anormal. No gran cosa. Una tipa más de las que la fantasía y la realidad se le confunden. Amable y sonriente porque en casa me enseñaron. Porque no puedo negar lo que por naturaleza traigo.
Pero soy diferente a ellos. Defectuosa de fábrica. Poseo el don de midas pero al revés. Todo lo que toco lo vuelvo mierda y antes de volver mierda tus sentimientos y tu nobleza de corazón, prefiero cortarme las manos y nunca tocarte.
Como siempre esto lo escribo con alma, vida y sombrero.